Una tarde parda y fria
de invierno. Los colegiales
estudian. monotonía
de lluvia tras los cristales.
En la clase. En un vcartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
y todo un coro infantil
va cantando la lección:
"mil veces ciento, cien mil,
mil veces mil, un millón"
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía´
de la lluvia en los cristales
Aqui, en este blog, o en el de puerta al futuro y camino al infinito, muestro lo que soy,lo que me gusta y todo aquello que llena mi vida de un modo u otro...La vida es una sucesión finita de momentos...Cuando pinto soy Yosune, cuando opino y escribo soy Carixena y siempre, siempre soy Piti para aquellos a los que quiero.
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domingo, 13 de febrero de 2011
NUEVAS EXPERIENCIAS (María Jesús- Carixena)
CONTRASTES
Febrero de 1954. Mieres
El camino a la escuela está nevado. Se me hunden las madreñas en la nieve. El abrigo de Victor; mi primo, me viene grande, me pesa, está mojado y se arrastra detrás de mi, debajo levo el mandilón de cuadros, en las manos el “cabás” tiene el asa colorada y a Caperucita en la tapa; dentro suena la pizarra y el pizarrín y el libro en el que estoy aprendiendo a leer: la “i” de iglesia la “u” de uva. Hace frio. Miro las casas a mi alrededor, me gusta esa ventana, es redonda, todos los días me paro a verla, es distinta, ¿por qué es distinta?. La escuela huele a humo, a leña, a carbón. Ayer perdí el dinero que me dio mi padre para pagar el colegio, y me riño mi tía, hoy lo llevo bien apretado, en el bolsillo, para que no se me caiga. Sentado repetimos muchas veces: la ”i” de iglesia, la “o” de ojo, la ”u” de uvas, la “a”…una y otra vez. Chirria el pizarrín, me aburro. Pienso en que pronto volveré a tener mamá, estoy contenta, Ángela me gusta, papá se va casar con ella.
Septiembre del mismo año: Barcelona
La verja es grande y negra, me da miedo. Todo es nuevo ahora, grande, diferente. Aprieto la mano de mi madre, por fin mi madre, desde hace unos meses. Si, todo es diferente, la ciudad, Barcelona, mi casa nueva, muuuy alta, mi cuarto grande y precioso, para mi sola, es azul y allí está mi ropa nueva, el moisés con mi pepón negrito, mis otros juguetes y el uniforme, ¡ uf ¡ es horribe, no me gusta nada, pero nada de nada. Es negro, me roza el cuello blanco y ese lazo tan gordo rojo me aprieta; meto el dedo en el cuello a ver si se afoja, pero nada, sigue apretando. Mamá lleva la capa por que se me escurre y ya se me ha caído dos veces. El sombrero a final me lo puse, yo no quería llevar esa “bacenilla” en la cabeza pero al final lo llevo puesto, ¡ qué remedio¡. Me pesa el “cabás”, tengo un cuaderno con un lápiz y una goma, el libro es más gordo y pesa. En la puerta hay una señora muy alta con un vestido negro hasta los pies, lleva un babero blanco y una cosa negra en la cabeza,, es rara, mamá me dice que es una monja y que luego me lo explicará, tampoco me gusta. Entro en el colegio, tiene un jardín muy grande con árboles, pero no hay “praos”, en ningún sitio los hay y los echo de menos.
La monja me lleva con las otras niñas, una se me acerca y me dice algo pero no la entiendo y como se ríe de mi, le pego una torta. Empezamos mal. La monja me castiga. Luego mamá me lo explicó, hablaban catalán. Pues si que estamos bien encima hablan raro. La clase es muy grande y tiene ventanas enormes. Me gusta cuando os rayos del sol juegan en mi mesa. Leo, ¡ por fin leo ¡ y eso me gusta me gusta mucho.
jueves, 10 de febrero de 2011
LA ESCOBA. (María Jesús- Carixena)
LA ESCOBA
Siempre estaba la puerta cerrada, sabía que en aquella habitación estaba su madre, pero nunca la dejaban acercarse, a veces cuando alguno de la casa entraba, ella atisbaba curiosa. Había logrado verla varias veces, de lejos, a ella le parecía ¡ tan guapa ¡. Solo una vez había conseguido acercarse y casi pudo abrazarla, pero cuando llegaba hasta la cama se lo impidieron, solo pudo cogerle una mano. Después, en cada de uno de sus intentos, salía una escoba, desde el lado de la cama que la mantenía a distancia; siempre estaba allí, inexorable, impidiendo que se acercara, ¡ Dios ¡, como odiaba aquella escoba. Luego la voz de su madre, perentoria: ¡ Vete nena ¡. Quedaría en el recuerdo de la pequeña para siempre su cara de niña, las manos largas sobre el embozo muy blanco, bordado con pequeñas campanillas azules y un rayo de sol jugando travieso sobre los cabellos de su madre. Y un día, de pronto, ya no estaba allí, y tampoco la escoba, ya no era necesaria. Era tan joven cuando se fue, tenía solo veinticuatro años, la niña solo tres.
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